domingo, 27 de septiembre de 2020

Con frecuencia tengo la sensación de que todos los procesos creativos son muy parecidos, y no es sorprendente que, hablando con gente que se dedica a otras disciplinas artísticas, encontremos muchos espacios comunes y situaciones exactamente iguales. En mi caso particular, tengo tendencia a explicar mi proceso creativo con metáforas del mundo musical. Por alguna razón, parecen ser mucho más ilustrativas. Evidentemente, esto no es nuevo en absoluto, de hecho es muy habitual que la gente del cómic (y seguramente de otras disciplinas con un componente narrativo) hablemos en términos de ritmo, musicalidad, síntesis o equilibrio. Normalmente, tras una página de cómic terminada hay toda una serie de etapas que nunca ven la luz, tal como pasa con la música o incluso con la ciencia: sólo vemos el producto final. Pero detrás hay mucho más trabajo del que parece. Puede que no sea en absoluto interesante, pero está ahí, y, lo más sorprendente, es que parece suscitar un gran interés. Así que, por si a alguien le interesa, ahí va una breve explicación del proceso que sigo para crear una página de cómic, pero con un toque musical (sabréis perdonarme las licencias):


1.

El planteamiento preliminar de la página. El momento en que decides probar a tocar o escribir esa melodía que tienes dando la lata en la cabeza. Sabes que va a sufrir muchos cambios. Antes de llegar a este sencillo y tosco boceto, probé otras composiciones y posibilidades que acabé descartando. Me pasé un buen rato tocando notas sin sentido, tratando de encontrar la armonía. Finalmente opté por esta composición en dos viñetas, que era lo que mejor se adaptaba a las exigencias del guión y a la narración que, en este caso, me proponía el guionista. Aquí el dibujo es lo que menos me interesa (en el sentido académico del término). Lo que pretendo es situar la escena y su extensión en todo el corpus narrativo. Marcar el compás y el ritmo. Digamos que con esto ya puedo enseñar mi canción, esa a la que todavía le falta mucho por pulir, al resto de la banda; o tener un primer borrador de la partitura con el que trabajar. 



2.

El lápiz. La canción ya está hecha. Tengo todas sus partes situadas. Pero todavía suena un poco rudimentaria, falta limar asperezas y concretar algunos detalles, pero ya sé que no va a cambiar mucho y que suena como quiero. Ha llegado la hora de ir al estudio y grabarla. 


3.







































Tras un rato en el estudio, de tomar un par de decisiones de última hora y de improvisar alguna parte que no había tenido en consideración hasta ese momento, acabo de grabar la canción. Cuando la escucho estoy satisfecho, suena bien, pero me gustaría hacer algunos ajustes antes de enseñarla. Ecualizar el sonido, por ejemplo, hacer que cada cosa suene en su lugar, amortiguar alguna disonancia o corregir algún descuido. Voy a producir la canción. Voy a escanear la página y editarla digitalmente.
 

4.
























La canción ya está producida, ya puedo enseñarla. A estas alturas no sé si la canción es buena, incluso estoy un poco hasta las narices de escucharla, así que empiezo con la siguiente. Lo más seguro es que siga con el proceso que he seguido hasta ahora, pero quién sabe.